
No hay nada mejor para terminar una semana cargada de preocupaciones que hacer un asadito con los amigos. De eso pueden dar fe mi grandes amigos que no son muchos pero son. Sobre todo cuando generalmente es Don Huevas, osea yo, quien, previa cuota puesta por todos, debe ir a comprar la carne al mercado, comprar el carbón, limpiar el patio donde se va a realizar la reunión, esperar que todos lleguen a la hora, convocar a los tardones, limpiar la parrilla donde se va a cocinar el asado, poner el carbón en una ruma prefecta para lograr el efecto volcancito, prender el carbón, vigilar que encienda compactamente, poner la parrilla encima y terminar de limpiarla y engrasarla, poner las carnes, vigilar su cocción, terminar de hacer la ensalada, servir los choripanes, voltear la carne para que no se seque, controlar el grado de sal, servir la carne, ir vigilando el resto de carne mientras todos comen, recoger los platos, limpiar un poco la mesa, servir el vino, mandar a comprar más vino, hablar toda la tarde o noche de pelotudeces, despedir a los borrachos, despertarse temprano para limpiar el patio donde se hizo el asado, lavar los platos del día anterior, llamar para ver como amanecieron los borrachos y tratar de descansar la resaca de todo lo vivido, para luego empezar otra semana llena de preocupaciones. No hay nada mejor que comer un asado, pero en restaurante. Por lo menos ahi, pagamos mucho más, pero no somos tan Don Huevas como siempre.