lunes, 3 de diciembre de 2007

MI HIJO, EL POETA


Esta crónica inmerecida me la dedicó mi padre, es la primera vez que alguien escribe de mi algo tan bonito.

Mauricio Elías Jesús se llama mi hijo y es poeta. Nació un 25 de diciembre. La verdad es que elegimos ese emblemático día para sacarlo de donde cómodamente estaba navegando. Todos mis hijos nacieron apelando a la cesárea. Lula, mi inolvidable esposa, y yo rendíamos ferviente culto a la mujer del César.

La última travesura de mi vástago, antes de abandonar su residencia materna, fue tomar líquido amniótico ( ¿ se escribirá así?) por lo que por más de dos días lo sacaban y lo volvían a la incubadora con la consiguiente angustia de nosotros, sus padres.

Fue un niño de mirada tiste, que reía poco. Sus fotografías de aquellos años lo retratan como si fuera un principito del ensueño. En sus años de educación primaria no nos dio jamás qué hacer salvo alguna que otra mataperrada propia de los niños. Recuerdo que en la Plaza Mac Lean, vecina a nuestro hogar, jugaba con los chicos que venían de otros barrios. Entre ellos varios pirañitas certificados, oleados y sacramentados. Creo que ellos fueron sus mejores amigos. Por ellos aprendió a trompearse y a salir de ese espacio, frente al teatro y a la comisaría. Y a ellos les regalaba lo mejor que tenía entonces, sus juguetes. Era capaz de sacarse la camisa, literalmente, para obsequiarla a sus patas desvalidos. Esos gestos siempre nos impresionaban a su madre y a mí. Máxime si, como se sabe, no somos “gente de tener”.

En sus años de Secundaria, en el Colegio Cristo Rey, de los padres jesuitas, lo teníamos por un chico tranquilo, lo que se suele llamar normal. Aunque nadie sabe, a ciencia cierta, cual es el parámetro de la normalidad. Pero nos equivocábamos, de cabo a rabo. Ahora sabemos, por aquello de que el pez por la boca muere, que formaba parte de una gallada muy especial, como especial fue la mayoría de su promoción, un conjunto de “ovejas negras” que los profesores no veían las horas que se fueran del colegio para que no contaminasen, como la manzana del refrán.

Un adolescente que no es vivaz, travieso, imaginativo para las mataperradas no es un adolescente y será un viejo mudo y amargado, que no tendrá nada de qué acordarse. También debo confesar que, para escándalo de algunos pacatos padres, él y un grupo de sus condiscípulos se reunían en mi casa, en mi biblioteca, a beber sus primeras chelas. Mejor ahí, en ese santo recinto del saber, que en la calle, decían los padres que conocían esos primeros pecadillos.

Mauricio siempre tuvo los ojos ciegos para los cursos de ciencias. Digno hijo de su padre. Lo que se hereda no se hurta. A él también, alguien que no es profesor, sino maestro, alguna vez le regaló una nota pues era un caso perdido, como yo lo fui, para matemáticas, física, química o cualquier otro tormento parecido. Pero no lo era así en lo relacionado con su gusto por la lectura.

Quien lee, escribe. Es una norma que casi siempre se cumple. Será por eso, digo, es un decir, que algunos señores amigos de las ciencias muchas veces no aciertan a redactar una carta. Como Mauricio leía era natural que empezara a escribir. Y así lo hizo. Sus primeros poemas los escribió antes de los diez años. Era versos que tenían como motivo el entorno familiar, sobre todo la figura de su abuelo materno, la playa o la escuela. Son poemas que aun conservo pues en ellos se vislumbra la poesía que escribiría después.

Recuerdo que siempre, cuando escribía un poema, se acercaba a mí con cierto temor. Previamente me advertía que eran versos muy malos. No era así. Me costó que abandonara esa timidez. Ahora soy yo quien me acerco temeroso a él, con mis versos o mis crónicas, para escuchar su veredicto.

La vida para él no ha sido fácil. Se casó, se descasó y se volvió a emparejar. Tiene dos bellos hijos. Fernandita, de cinco añitos, y un nene, de un año y ocho meses, que lleva el nombre del viejo Santino, que llegó de la Liguria, situada en el norte italiano, tronco de todos los Gambetta que en Tacna han sido. Por ahora es el único Santino tacneño.

Mauricio en su habitación siempre ha tenido colgados los retratos de los tres personajes que más admira. El indio Toro Sentado, el mejicano don Emiliano Zapata y el argentino “Ché” Guevara. Una trilogía de sacarse el sombrero. Dime a quienes admiras y te diré quien eres.

Me ha contado que ganó el primer puesto en el concurso de poesía que convocara el Proyecto Cultural, de la Región Tacna. Qué bien, me digo y lo felicito. Tres fueron los jurados y por unanimidad le dieron el premio. Sin embargo, también casi por unanimidad, aparecieron, me dicen, una serie de resentidos, los verdes de envidia, de siempre, que han dicho desde sus cuevas que ha sido un favoritismo pues su padre ha influido en el dictamen y han pedido que se publiquen los poemas. Qué bien, ojalá que se publiquen. Pero solos, en un poemario único, como se estila en todos los concursos.

Felizmente mi hijo, el poeta, no funge de tal. No tiene poses de intelectual, ni anhelos de notoriedad, de hacerse merecedor a los fuegos de artificio vanos. Es respetuoso, pero no manso y es bueno para los combos. De eso pueden dar testimonio sus verdaderos amigos, los miembros de aquella brava promoción del Cristo Rey “Arrupe 1996” y su gallada de hoy que, entre otros, la conforman “Chiqui” Chiarella, “Juani”Flores, el “cholo” Eyzaguirre, los “mellizos” Hidalgo, don Oscar Castañón, el “Chusco”Arratia, los hermanos Flores Martorell, el “general victorioso” don Tito Rodriguez y otros buenos tacneños con los que se reúne, bajo las parras, a preparar asados, picante, ricas cazuelas y a tomar el buen vino en un ambiente en el que los envidiosos, los perversos, “los enemigos del oficio”, - que son los peores-, en esos santos lugares, al pie del Arunta, no tienen ni tendrán jamás cabida.

Como tacneño y padre le deseo lo mejor a Mauricio, mi hijo el poeta, que se gana la vida como profesional del Diseño Gráfico y le he dicho, para terminar, que cuando gane otro premio vaya a pedirles perdón a los mediocres por malograrles el hígado.

Ojalá que escudriñen su poesía, que la desmenucen con pinzas malévolas mientras que nosotros, como quería Neruda, “ nos pondremos a trabajar y a comprar nuestro pan y nuestro vino”, lejos del mercado del veneno, como siempre.


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