martes, 18 de noviembre de 2008

¿BANCO DE LA NACION O DE LA PRISION?


Hoy fue un día tranquilo, hasta la una de la tarde. A esa hora me dirigí al Banco de la Nación del paseo cívico a enviar un giro para mi hija Fernanda. De entrada se me bajaron todos los calores de esta primavera que traía conmigo. No se si han escuchado aquel consejo que dice que nunca se debe abrir el refrigerador con el cuerpo caliente, seguramente sí, pero es un hecho que los ingeniosos ingenieros del Banco de la Nación no, pues al pasar por la puerta principal me cayó una ráfaga asesina de viento glaciar proveniente de estos sofisticados aparatos de aire acondicionado que me dejó el cuerpo deshecho, con unas tos convulsiva que promete convertirse en asma y con la espalda más helada que sangre de asesino.

No me había recuperado totalmente de la tortura patagónica con que fui recibido, cuando vi que había una cola inmensa para acceder a las ventanillas. Y me convencí una vez más de lo pelotudo que soy. Sólo a mí se me ocurre venir a esta hora, en que toda la gente piensa que hay menos gente y por eso viene a esta hora. La cola era tan larga que por un momento me sentí un cubano de la Habana, esperando la ración semanal de alimentos.

De las más de diez ventanillas que tiene la moderna agencia sólo funcionaban cuatro, atendidas muy gentilmente por agraciadas señoritas que cuchicheaban entre ellas, desaparecían por los pasillos, se miraban las horquillas del cabello, cuidaban su manicure francés, tarareaban baladas románticas y, luego, atendían al público.

Tomé la hora desde que me puse en la cola hasta que me atendieron en mi moderno reloj Casio comprado en la cachina a veinte mangos, y oh sorpresa, había perdido una hora y media de mi vida mirando las caspas en el lomo de mi antecesor, espiando casi como un paparazzi las curvas satánicas de más de una cliente ricotona, escuchando la conversación de una señora que por celular, que está prohibido, daba instrucciones sobre como preparar el escabeche de pollo, tratando de descifrar el movimiento de las cámaras de seguridad, haciéndole ojitos a una muchachita con pinta de reggetonera empedernida, contando los billetes que le entregaban en la ventanilla número tres a un conocido fiscal con fama de coimero, tratando de encajar mis cuentas mensuales sin conseguirlo, jalándome las barbas de desesperación y mordisqueando la bronca de ser un mortal más y tener que perder tanto tiempo en un banco que no funciona ni a la mitad de su capacidad. Todo esto mientras que en unos modernos televisores LCD, el Zambo Cavero cantaba por veinteaba vez el valse: "Banco de la Nación, el banco de los peruanos". Juro que si alguna vez veo al Zambo, a pesar del gran cariño que le tengo, le hago una zancadilla por huevas tristes y mentiroso.

Yo sólo fui a mandar un giro, y por eso me quedé sin almuerzo, reventé de rabia y terminé con una tos de perro que seguramente necesitará medicamentos. Que pelotudo.


3 comentarios:

  1. Tremenda aventura no?, pero creo que valió la pena, por los hijos eso y más.

    Lindo blog, te estaré visitando.

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  2. Paciencia, mucha paciencia. Para que algunos se zampen, otros tenemos que hacer la cola. No hay derecho.

    Saludos,

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  3. Creo que hay una ley que da atención preferencial a los incapaces mentales, la pudiste haber aprovechado poniendote una corbata y un gafete que diga BANCO DE LA NACIÓN.

    Para que aprendas que esos son los sacrificios de un padre para con los hijos.

    Suerte

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